sábado, 11 de septiembre de 2010

La fingidora

Me juré mil veces no hacer este tipo de post, mi palabra no vale. Antes que nada quiero aclarar que siento sincera piedad por estas personas, pero son más hinchapelotas que una madre menopáusica.
No estoy hablando de mujeres que mienten o que ocultan, son personas que por alguna razón de la autoestima reniegan de sus orígenes, de su identidad, y se plantean como objetivo ser el modelo acabado de quien quieren ser. Esto no se remite a una cuestión socioeconómica, estas chicas son el extremo del makeover extremo; en algún momento de su vida decidieron que querían ser “esa” y allí fueron, poniendo alma y vida en acercarse lo más posible al modelo, a lo que ellas consideraran como la actualización de todas sus potencias. Su actitud tiene dos problemas fundamentales. Primero, el “modelo” es una percepción que suele estar totalmente desvirtuada de la realidad, se acercan a lo que ellas entienden que una “persona así” es y este problema está intrínsecamente vinculado con el segundo: la falta de naturalidad de la nueva identidad se traduce en una postura exagerada y forzada, por lo que estas mujeres tienden a estar a la defensiva todo el tiempo y llegan, lamentablemente, a convertirse en una caricatura de lo que querían ser y de si mismas.
Tenemos, por ejemplo, el caso de una ex fea anti social que está decidida en ser un gato refinado. Después de las tetas vino el gimnasio acompañado de expresiones como “yo me compro todo en Nike, obvio”; clases de cocina gourmet; vestirse como la esposa del amante. La neogeisha piensa que ser sofisticada es bañarse en perfume, ser territorial y peleadora con otras mujeres, mofarse de la sencillez de los demás. Estas mujeres, obsesionadas porque no se note que alguna vez tuvieron un rollito o su nariz tenía otra forma cuando nacieron, eventualmente desarrollan enfermedades “cool” como anorexia nerviosa en caso de que alguien les quite la vista por más de diez minutos.
La lista es eterna, la niña bien devenida en “la masa” te puede aturdir toda la noche contándote sobre sus múltiples militancias extremas, sacar un ojo con sus tachas y matar –literalmente- matar del aburrimiento con su grosería made in Zona Norte. (Para esta clase de gente recomiendo mirar Burton Fink, que habla de más o menos lo mismo aplicado a la snorbia intelectual).
Ser sofisticada no es mirar con la nariz arrugada a quienes los rodean; la clase obrera no es un conjunto de tics burdos y ordinarios; tener buen gusto no es gastar $150 en un vino de renombre. Pero me dan pena en serio, me consta que hasta el más íntimo lugar de su casa es un altar del “modelo”, que son 24 horas al día de actuación, que terminan siendo objeto de la burla más cruel, que son las personas más vulnerables del mundo (y, a riesgo de sonar como una femitonta, los hombres lo saben). Son de esa clase de persona que me gustaría poder confrontar pero que me abstengo, porque no hay mujer más mala que la que siente que su personaje no es creíble.

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